Prepararse para los exámenes. Primera parte
noviembre 24,
2008
2008
Estamos a pleno rendimiento del curso y pronto vamos a comenzar ( si no lo hemos hecho ya ) el periodo de evaluaciones que para muchos se puede convertir en un recorrido excesivamente complicado y lleno de penurias. No es de extrañar que muchos alumnos obtengan peores notas de las que inicialmente esperaban, y en bastantes casos notas muy por debajo del tiempo empleado para prepararlos. Detrás de estos problemas se encuentra la mala preparación que de esos ejercicios se han realizado o lo que es peor, la presencia de lo que podríamos calificar como un bloqueo mental y afectivo que les dificulta seriamente poder resolver con éxito los ejercicios propuestos (me he olvidado de todo, me he quedado en blanco, etc….). A lo largo de este artículo intentaremos ver estrategias que nos pueden ayudar a planificarnos mejor y abordar con mayor serenidad estos periodos de tiempo tradicionales en la vida de un estudiante.
Ya hemos comentado en otros artículos la importancia de planificar el tiempo de estudio, no solo para la realización de las tareas escolares diarias, sino también para la lógica preparación de los exámenes que con distinta frecuencia se van a tener que ir realizando a lo largo de cada uno de los trimestres. Al menos con dos semanas de antelación deberíamos de ir planificando nuestras horas de estudio para ir trabajando los contenidos de los exámenes que tenemos que hacer. Estas dos semanas es el tiempo medio, que podemos variar en mayor o menor cuantía, según el conocimiento que tengamos de la materia de la que tienen que examinarse. Además del tiempo dedicado al estudio, no debemos olvidar la importancia de llevar la asignatura al día en los apuntes y entenderla perfectamente para evitar lagunas de contenido que resultan, en última instancia, fatales para el desarrollo de los exámenes.
Además de esta dinámica general de preparación de los exámenes es muy posible que algunos alumnos puedan haber experimentado en algún momento las angustiosas sensaciones de "quedarse en blanco", aun habiendo preparado un examen razonablemente bien. Nos referimos a los casos en el que el alumno sufre los conocidos como bloqueos emocionales e intelectuales que le impide demostrar sus verdaderos conocimientos.
Es importante en toda esta tarea llegar a controlar el propio comportamiento que cada uno experimentamos en estas situaciones. Lo mejor es conocerse bien para así detectar los orígenes del problema y poder cortarlo desde sus inicios. Hay que adoptar una actitud crítica hacia lo que constituye el origen de su preocupación, y preguntarse básicamente tres cosas:
¿Cuál es la probabilidad real de que este problema suceda?
¿Qué es razonable que haga yo para evitarlo?
¿De qué me está sirviendo darle vueltas de esta manera?
Otra cuestión que debemos pararnos a reflexionar tiene que ver con los efectos de los estados de tensión o ansiedad frente a la realización de las tareas escolares. Al contrario de lo que podría pensarse y según unos amplios estudios realizados por Richard Alpert, la ansiedad puede actuar como determinante a la hora de favorecer o entorpecer el rendimiento de un alumno frente a estas tareas en el quehacer diario. La diferencia entre uno y otro caso está en la forma de abordar esa sensación de inquietud que invade al alumno ante la inminencia de un trabajo o examen. A unos, la misma excitación y el interés por hacerlo bien les lleva a prepararse y a estudiar con más seriedad; a otros, en cambio, les asaltan pensamientos negativos (del estilo de «no seré capaz de aprobar», «se me dan mal este tipo de exámenes», «no sirvo para esta asignatura», etc.), y esa predisposición sabotea sus esfuerzos. La excitación interfiere con el discurso mental necesario para el estudio y enturbia después su claridad también durante la realización del examen. Es así como las preocupaciones acaban convirtiéndose en profecías autocumplidas que conducen al fracaso.
A fin de cuentas hablamos de un proceso de control de las emociones que pueden utilizar esa ansiedad anticipatoria –ante la cercanía de un examen, o de realizar cualquier tarea escolar. La solución de este proceso esta en encontrar un punto medio entre la ansiedad y la indiferencia. Así las cosas podemos decir sin miedo a equivocarnos que el exceso de ansiedad dificulta el esfuerzo por hacerlo bien, pero la ausencia completa de ansiedad produce apatía y desmotivación.
Es necesario, por lo tanto, trabajar y mentalizarnos por conseguir un cierto entusiasmo (incluso algo de euforia en algunas ocasiones), lo que resulta muy positivo en la mayoría de las tareas humanas, sobre todo en las de tipo más creativo. Aunque si la euforia crece demasiado, o se descontrola, la agitación puede socavar la capacidad de pensar de modo coherente e impedir que las ideas fluyan con acierto y realismo, así que debemos mantener el equilibrio y dosificar correctamente estos estados particulares de ánimo y emoción.
Ya hemos comentado en otros artículos la importancia de planificar el tiempo de estudio, no solo para la realización de las tareas escolares diarias, sino también para la lógica preparación de los exámenes que con distinta frecuencia se van a tener que ir realizando a lo largo de cada uno de los trimestres. Al menos con dos semanas de antelación deberíamos de ir planificando nuestras horas de estudio para ir trabajando los contenidos de los exámenes que tenemos que hacer. Estas dos semanas es el tiempo medio, que podemos variar en mayor o menor cuantía, según el conocimiento que tengamos de la materia de la que tienen que examinarse. Además del tiempo dedicado al estudio, no debemos olvidar la importancia de llevar la asignatura al día en los apuntes y entenderla perfectamente para evitar lagunas de contenido que resultan, en última instancia, fatales para el desarrollo de los exámenes.
Además de esta dinámica general de preparación de los exámenes es muy posible que algunos alumnos puedan haber experimentado en algún momento las angustiosas sensaciones de "quedarse en blanco", aun habiendo preparado un examen razonablemente bien. Nos referimos a los casos en el que el alumno sufre los conocidos como bloqueos emocionales e intelectuales que le impide demostrar sus verdaderos conocimientos.
Es importante en toda esta tarea llegar a controlar el propio comportamiento que cada uno experimentamos en estas situaciones. Lo mejor es conocerse bien para así detectar los orígenes del problema y poder cortarlo desde sus inicios. Hay que adoptar una actitud crítica hacia lo que constituye el origen de su preocupación, y preguntarse básicamente tres cosas:
¿Cuál es la probabilidad real de que este problema suceda?
¿Qué es razonable que haga yo para evitarlo?
¿De qué me está sirviendo darle vueltas de esta manera?
Otra cuestión que debemos pararnos a reflexionar tiene que ver con los efectos de los estados de tensión o ansiedad frente a la realización de las tareas escolares. Al contrario de lo que podría pensarse y según unos amplios estudios realizados por Richard Alpert, la ansiedad puede actuar como determinante a la hora de favorecer o entorpecer el rendimiento de un alumno frente a estas tareas en el quehacer diario. La diferencia entre uno y otro caso está en la forma de abordar esa sensación de inquietud que invade al alumno ante la inminencia de un trabajo o examen. A unos, la misma excitación y el interés por hacerlo bien les lleva a prepararse y a estudiar con más seriedad; a otros, en cambio, les asaltan pensamientos negativos (del estilo de «no seré capaz de aprobar», «se me dan mal este tipo de exámenes», «no sirvo para esta asignatura», etc.), y esa predisposición sabotea sus esfuerzos. La excitación interfiere con el discurso mental necesario para el estudio y enturbia después su claridad también durante la realización del examen. Es así como las preocupaciones acaban convirtiéndose en profecías autocumplidas que conducen al fracaso.
A fin de cuentas hablamos de un proceso de control de las emociones que pueden utilizar esa ansiedad anticipatoria –ante la cercanía de un examen, o de realizar cualquier tarea escolar. La solución de este proceso esta en encontrar un punto medio entre la ansiedad y la indiferencia. Así las cosas podemos decir sin miedo a equivocarnos que el exceso de ansiedad dificulta el esfuerzo por hacerlo bien, pero la ausencia completa de ansiedad produce apatía y desmotivación.
Es necesario, por lo tanto, trabajar y mentalizarnos por conseguir un cierto entusiasmo (incluso algo de euforia en algunas ocasiones), lo que resulta muy positivo en la mayoría de las tareas humanas, sobre todo en las de tipo más creativo. Aunque si la euforia crece demasiado, o se descontrola, la agitación puede socavar la capacidad de pensar de modo coherente e impedir que las ideas fluyan con acierto y realismo, así que debemos mantener el equilibrio y dosificar correctamente estos estados particulares de ánimo y emoción.
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on lunes, noviembre 24, 2008
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